Plantas y animales

Cuando era niña, mi mamá pasó por un periodo de acumulación canina. No sé de que otra forma explicar que en algún momento llegamos a albergar nueve perros en la casa. Mitad que mi hermana y yo le lloramos un poco cuando nos nacieron cachorritos, mitad que siguieron llegando donaciones. Crecí rodeada de perros. Son adorables. Pero cuando me casé la primera vez y tuve que mudarme a Buenos Aires, me despedí de mis perros y algo se rompió. La separación, no sé. Pero ya no quise tener perros otra vez.

No quiere decir que dejé de amar a los animales. Al contrario. Descubrí un nuevo amor. Encontré a los gatos.

Amo a los perros. Pero en los gatos siento que encontré almas gemelas. Su independencia, sus ganas de hacer lo que se les pega la gana, y a la vez el enorme compromiso que demuestran para cuidarte y protegerte, me enamoraron.

Empecé a acumular gatos también. Tres gatos, cada uno con una personalidad brillante y diferente. Pero la más hermosa, mi gata Memo. Ella me escogió, es una gatita pequeña y gris, que en el momento más álgido de mi separación, me sirvió de apoyo y consuelo. Defendió mi casa, amó a mis hijos.

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Y ahora, con la migración a Francia, se tuvo que quedar en México.

Cómo le he llorado. Cómo la extraño.

Me muero por traerla para acá, por verla corretear por mi jardín.

Y por acumular gatos de nuevo. Mis hijos también aman los gatos. Sobre todo el mayor, que es un apasionado de la historia egipcia…y para él los gatos son místicas criaturas fantásticas.

Pero en el ínter, he descubierto la otra parte de la naturaleza que hasta ahora me era completamente desconocida: el reino vegetal. Plantas. Plantas y más plantas.

He de aclarar que no vivo en París. Vivo en un pequeño pueblo turístico de postal en Bretaña. Hablar de Bretaña y los bretones, y cómo no embonan en los estereotipos que se puedan llegar a tener alrededor de Francia y los franceses, es otra historia.

Pero sí he de decir que aquí hay una cultura del jardín que me era completamente ajena.

Las personas, con mucha suerte (más de la que tenemos allá en México, al menos) se jubilan. No unas cuantas, y no con una miseria, sino que viven bien. Y muchos se dedican a su jardín. A un jardín florido y lleno de colores en el verano. A una hortaliza surtida que te de papas, cebollas y jitomates. Y no sólo los jubilados. Los niños aprenden en la escuela a sembrar y plantar.  Y mi muchacho francés soñaba con ser el amo y señor de su jardín. Experimentar técnicas orgánicas. Plantar lo que él quisiera. Y entonces, por estar con él y ayudarlo, empecé a involucrarme más y más en el asunto.

Y es maravilloso. Sufro cuando los caracoles y babosas mordisquean mis flores. Trasplanto, podo, cuido. Descubro a través de los ojos de mi hijo menor el ciclo de la naturaleza. Semillas, flores, frutos. Y con el cambio de las estaciones veo crecer mis papas y mis lechugas, y prepararse para florear a las hortensias que trasplanté para salvarlas de la obra de construcción de nuestra casa.

Mis dedos tienen callos de arrancar pasto y hierbas. Pero todo ello ha reafirmado mi amor por la naturaleza.  Primero fueron perros, luego gatos, ahora tulipanes, alcatraces y tomates.

Y en otoño, haré mermelada.

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